Quizás no soy guayaco…

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imagen tomada de El Telégrafo

La entrevista que Orlando Pérez hizo a Xavier Lasso para el Telégrafo es interesante. Extraña, también, pero por lo pronto me quedo con lo interesante. Y juego con ese adjetivo porque en su parte medular, la entrevista busca conjugar lo guayaco con lo nacional, o al menos ese es el intento de Lasso. Y se me hace interesante cada vez que el tema surge en los medios porque, no sé, soy fan de perder el tiempo.

Y tratar de definir lo guayaco es, para mí, la más grande pérdida de tiempo.

Ocio clásico, yeah.

Lasso hace un ejercicio discursivo en el que incluso habla de su  «matriz guayaca» —Je ne sais pa— y de su idea de que la comunicación del gobierno está siendo manejada con una perspectiva guayaca. Una decisión particular que, según su visión, no puede ser comprendida por ciertos habitantes de Quito: «Hay cierta quiteñidad que no alcanza a entender ciertos códigos que solo los guayaquileños entendemos, hasta las formas del saludo, las ironías y las vaciladas«, dijo el canciller subrogante.

Yo, guayaquileño, hijo de estudiante del Vicente Rocafuerte —que trabajó desde muy temprano—; que fui criado en el barrio La Chala y que en el 83′ fui testigo presencial de cómo las lluvias convertían la casa en la que estaba en una represa llena de agua enlodada… no sé cómo entender esos códigos guayaquileños que al parecer Lasso comprende. Escribo este párrafo para seguir en onda con lo que el canciller afirmó en la entrevista, nada más. Porque él intenta marcar una distancia discursiva entre él y lo que considera burguesía económica o culta, y lo hace a través de sus recuerdos —y aclaraciones— sobre lo que hacía de niño y cómo eso lo definió. Pero ignora algo primordial en su postura: las formas o esos códigos sociales no determinan estructuras políticas o ideológicas básicas, por lo que quizás el tema político en Ecuador no es necesariamente ideológico.

Quizás las formas sean todo en este momento. Quizás haya mucha más gente cansada de esas «vaciladas». Y no solo la clase media quiteña.

Lasso quiere decirnos que hay una forma de país que se nos ha enseñado y que la revolución ciudadana quiere cambiar. Pero, lastimosamente —de acuerdo a su visión—, esto no ha funcionado porque el Gobierno no es comprendido por sus formas de expresión. Elé. Al hablar de esos códigos guayacos y dejarlos en solo lo formal, lo superficial, el canciller trata de mantener la lectura en lo político, y está bien, es su trabajo. Pero desde hace meses el affaire Correa-Ecuador no es un tema que cruce lo intelectual —vale solo escuchar los argumentos desde el poder gubernamental, que no dejan de ser repeticiones agotadas de los mismos eslóganes de siempre—. Esa forma, que es tan poco importante para Lasso, revela todo.

Son esas formas, esas vaciladas, las que generan convivencia. Y en todos estos años, la revolución ciudadana ha estructurado socialmente un sentido de contacto entre ecuatorianos en términos de dicotomía pura: unos contra otros. La situación no ha cambiado, ahora que «los otros» se muestran en contra de «los unos» de una manera más pública. Quizás le debamos agradecer a la revolución que el país sincere su convivencia, quizás. Lo más probable es que lamentemos esto durante muchos años.

Esa forma guayaca de vacilar, de decir las «cosas como son», de ser irónico, es una mierda, una excusa para justificar una prepotencia que tanto Nebot como Correa muestran como pavos reales. Esa prepotencia que está detrás de la apariencia de tener la razón, sin importar ideología o ceros en las cuentas de ahorros.

Cuando estudiaba en el colegio, en primer año, debí estar en la puerta de entrada, recibiendo a las personas que habían comprado entradas para participar en la kermesse—bingo. El carro llegaba; me acercaba, pedía las entradas y cuando me las entregaban, hacía una seña a un grupo de compañeros y autoridades que estaban más adelante, para que les permitieran el ingreso. A la segunda hora de estar en ese suplicio llegó un carro, en él habían cinco personas: 2 chicos y tres chicas, ninguna pasaba los 16 años.

—¿Las entradas, por favor? — dije con todo el desdén que se puede sentir al estar más de una hora haciendo eso.
—Acá están — dijo el chico que conducía. Sacó un revolver y me apuntó.

Todos en el carro lanzaron carcajadas.

No sentí miedo. Sentí pena por ellos. Esa forma de ser guayaco, de ser irónico, fresco, que es parte de la matriz de la que habla el canciller, no es algo que debamos celebrar o aceptar como normal.

—¿No me van a dar sus entradas? — pregunté.
—Esta es la entrada — dijo y apretó el mango del revolver. Pudo haber sido de juguete, la verdad. No sé de armas, pero entiendo de prepotencia y de vaciladas.

Me alejé del carro y no hice ninguna seña al otro grupo. Los chicos se quedaron en silencio por dos segundos y avanzaron. Pasaron, desde luego. Yo seguí al siguiente vehículo, en el que unas ancianas me dieron sus entradas.

Toda mi vida he tratado de no justificar ni de repetir esa actitud guayaca despreciable que la veo encarnada en un gobierno local y en el gobierno nacional. Quizás no soy guayaco, en fin.

2 comentarios en “Quizás no soy guayaco…

  1. Estimado Eduardo, te felicito por darte el trabajo de leer una entrevista que no pude terminar de leer por lo vacía, pomposa y mediocre. ¡Que paciencia la tuya! Por otro lado, me sorprende que estas respuestas merezcan un análisis de tu parte, me queda claro que estudiar textos y escribir es algo que te apasiona. Personalmente, preferí ver la televisión (food network para ser exactos) que leer ese compendio de lugares comunes y simplezas de este pseudo intelectual setentero y además trasnochado. Algunas cosas me quedan claras: Este mediocre personaje no tiene la menor idea de lo que es un guayaco de verdad. Su visión de la clase media quiteña se adapta a un discurso político que le conviene (¡por ser nada mas y nada menos que aguatero de Patiño!) y que el país no se merece un elemento así en la cancillería (no digo manejando las relaciones internacionales porque estoy seguro de que no decide absolutamente nada). Finalmente, estoy seguro de que, luego de cometer la estupidez de aceptar este retorcido pedido que le hicieron, volverá al obscuro hueco de donde salió y seguirá recibiendo los estipendios que todos sabemos de donde han provenido los últimos 40 años.

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