Lo que he aprendido de «Los descosidos»…

 

1.) El proceso de edición y publicación le pide a uno mucha paciencia.
2.) Es muy difícil comprender cuando me llegan las lecturas de otros que eso de lo que hablan es lo que escribí.
3.) A mucha gente le ha gustado, a otras personas no.
4.) He visto cómo gente cercana vive imposibilitada de experimentar la alegría que yo he experimentado, y ha buscado desparramar la mierda como deporte (eso es lo más turro).
5.) Es extraño ver una novela que hiciste en las estanterías de las librerías que visitas.
6.) Ludo (auraneurotica) tomó uno de los ejemplares de «Los descosidos» del anaquel más bajo y lo puso arriba, para que todos lo vean. «Si uno mismo no hace esto, nadie lo hará», me dijo.
7.) Necesito muchos más libros para enviárselos a varios amigos que dan vuelta el globo terráqueo.
8.) Me ha gustado mucho lo que han hablado del texto (este fin de semana, Denise me supo hablar maravillas de la novela. Yo no sé cómo reaccionar ante eso).
9.) Que ahora sí escribo casi todo el tiempo.
10.) Lo que Bertha Díaz dijo en el lanzamiento es pura magia.

Aquí va lo que ella comentó:

De cómo jugar y quedar vacío por las circunstancias
Mientras leía “Los descosidos”, de Eduardo Varas (Guayaquil, 1979), me he desplazado espontáneamente hacia fragmentos de dos discursos que no vienen precisamente de la literatura, ni de la teoría literaria. El primero está constituido por una secuencia de imágenes de una puesta en escena del argentino-español Rodrigo García, de su obra de teatro titulada “Aproximación a la idea de la desconfianza”. Y el segundo, forma parte de “Dar cuenta de sí mismo”, uno de los libros de la teórica norteamericana Judith Butler, quien trabaja en torno a las relaciones entre retórica, performatividad, psicoanálisis, género y filosofía.

El trazado escénico referido que ha venido a mí, es más o menos el siguiente: Una pareja (hombre y mujer) están de pie y desnudos en el escenario y comienzan a embadurnarse de miel. El líquido cae sobre sus cuerpos, al tiempo que se acarician y generan una suerte de danza tierna y erótica. La miel, que parece ser metáfora de sus fluidos, los convoca a la seducción, los une… provoca que, literalmente, haya partes de ellos que no dejen de tocarse, que se adhieran las unas a las otras. Sin embargo, ese mismo líquido que los impregna, los mezcla y los ensambla, los lleva al resbalón.

La maravilla de la alianza devela su carta oculta: la caída incesante. La pareja intenta tomarse de las manos para volver en pie, mientras la circunstancia amatoria parece gritar: embadurnarse de aquello que nos une, del otro, hasta reconocer que no hay más posibilidad que salir vencido.

Por otro lado, lo que regresa a mí, escrito por Butler, mientras leo la novela, es lo siguiente: “El ‘yo’ comprueba que en presencia de otro, se desmorona. No se conoce y tal vez nunca lo haga”1 .

Si estos dos discursos se yuxtaponen en mí, al tiempo que leo, creo que es, fundamentalmente, porque ‘Los descosidos’ habla de la importancia y a la vez de lo irremediable de la relación con el otro, para constituir el ‘yo’, para comprobar su misteriosa condición y para que este al mismo tiempo se despedace, se reinvente. Asimismo, porque la novela reflexiona desde la ficción sobre ese acto maravilloso e impreciso que implica amar, o más bien, que implican en general las relaciones interpersonales.

Dice Julio, protagonista y narrador del libro: “Vivimos juntos, escucho sus palabras, sus frases en ocasiones limpias y en ocasiones oscuras. Se produce el acto de la comunicación por una paranoia compartida, por el temor, la daga y el fuego” y eso, dicho a tan solo diecisiete páginas de narración, se abre ante mí como una clave para saber cuáles serán algunas de las obsesiones reiteradas a través de diferentes rostros, a lo largo de la novela, y es uno de los puntos que me generan los desplazamientos antes descritos.

“Los descosidos” –contundente título, a mi criterio-, efectivamente se articula desde una voz masculina que busca incesante reconocerse y rehacerse desde la visión de una mujer. Y aunque en realidad en la novela no es una mujer, sino tres desde las que se genera la interpelación, parece que fuese la misma mujer, con tres rostros distintos, aquella que mueve los hilos, sus hilos. Las tres igual de distantes con respecto al protagonista, igual de extrañamente cercanas e imprecisas, son las que burlan su constitución hombre, son las que lo llevan a mostrarlo como sinónimo de error, de fragilidad, de miedo: son las que tocan la llaga del estereotipo y no hacen más que preguntarle y preguntarnos a los lectores: ¿Qué es ser un hombre? ¿Hasta dónde un hombre no es más que un puñado de incertidumbres, de temores? ¿Por qué la construcción de género resulta una camisa de fuerza y un lugar en el que estamos obligados a cumplir, a saldar deudas?

“El incumplimiento de la imagen es el pecado contra el espíritu”… “Si estaba con Penny era porque me sentí caballero, o al menos un Robin Hood con alguna categoría”, aterriza Julio las ideas antes mencionadas con sus frases en las páginas 21 y 66, respectivamente.

Recorrer para encontrar(se) y representar(se)
En esta novela todo es cruce, simulacro y escape. Todo es percepciones lanzadas desde la contraposición entre la relación íntima del protagonista/voz narrativa consigo mismo; y la de él en función a la otredad.

Así como hay un énfasis en el movimiento interno y con el otro, y, por ende, en su relación de doble vía entre estos dos elementos, hay también un tránsito por espacios abiertos, cerrados, imaginados. Julio es un transeúnte, un viajero, es un observador afectado. La arquitectura también se muestra como otro, determina sus estados de ánimos, lo perturba, lo pone a prueba o lo somete. El lugar también es el otro que lo transforma, que lo conmociona, que lo rehace.

La ficción entonces, propone que la única posibilidad de mantenerse salvo, es desconectarse de sí mismo, de la otra voz que habita en sí. Desconectarse de los lugares y también de las otras personas que lo determinan, es la única manera de mantenerse intacto. “Cerrar los ojos es lo mejor que hay. Existe una conciencia en eso, en un simple juego diletante, el juego de la impresión, mi juego” (página 21). “Llegar al punto del desmayo es comprender que el organismo quiere una respuesta y que no la encontrará en las dimensiones obvias de una habitación cerrada (…) Desmayarse es encontrarse con uno” (página 35).

La realidad comprimida en la referencia
Más allá de la temática, de las constantes en “Los descosidos” y de las obsesiones que de ella subayacen, la novela revela una omnipresencia en la escritura de Varas: la forma metatextual. Y digo en la escritura y no solo en la literatura, porque esto ha estado presente en sus cuentos, en sus textos del blog y en aquellos publicados en los diferentes medios impresos para los que ha colaborado y que he venido siguiendo desde que conozco a Eduardo, es decir desde hace unos 6 u 8 años.

Sus discursos, en general, son tejidos en los que las referencias musicales y cinematográficas juegan un papel fundamental en el armado. La interrelación da a sus frases una suerte de acabado que implica un sentido múltiple, que al tiempo que se condensa, estalla. Bien dice la voz narrativa en un momento del texto: “Hay días en que creo que la realidad está contenida en canciones de tres minutos” (página 27). La frase sirve de analogía de la realidad escritural de Varas. Su realidad ficcional se agolpa a veces en tres palabras, en tres oraciones, en una referencia y parece que ella cabe ahí, recogida y desbordada.

Esa referencialidad hace que inevitablemente uno viaje en la lectura como con un reproductor de audio con auriculares a cuestas. La banda sonora está ahí. Y toda la historia de las mismas canciones que acompañan a Julio, implican letras, acordes, que determinan estados anímicos, que se funden y confunden con los que él expresa, con los que de él efervescencia.

Cabe indicar, además, que en este gran metatexto también están las referencias al cine, que de algún modo nos permiten ver imágenes al tiempo que se lee. O, al menos, nos convoca, en tanto que lectores, a buscar, a indagar con quién se guiña el ojo el narrador.

Esta herencia mediática, cinematográfica y musical afinadas por su sensibilidad, y su trabajo cuidadoso en la forma de la escritura, marcan el trabajo de Eduardo Varas y, de esa manera, determinan el ritmo de esta novela de buena factura que se lee rápido, se digiere fácil y que, al mismo tiempo, apunta a explorar aquello tan doloroso como fundamental que sostenía Judith Butler en el libro al inicio mencionado: “Damos cuenta de nosotros mismos únicamente porque se nos interpela en cuanto seres a quienes un sistema de justicia y castigo ha puesto en la obligación, de rendir cuentas”2.

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[1] Butler, Judith. Dar cuenta de sí mismo. Violencia, ética y responsabilidad. Buenos Aires: Amarrirtu editores, 2009. 98

[1] Ibid, página 22.

Un comentario en “Lo que he aprendido de «Los descosidos»…

  1. Una vez más, felicitaciones por la maravillosa novela, Eduardo, hay muchas cosas más que decir sobre ella en una segunda lectura que haré con gusto.
    Me gustó mucho lo que Bertha Díaz dijo. ¡Un abrazo!

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