La imagen de ciudad

imagen tomada de dukers.org

Hoy es día de fiesta para una ciudad, la mía. Guayaquil celebra su creación y un grito cargado de orgullo suena con fuerza, porque para Guayaquil no hay alternativa. Guayaquil importa y mucho. Hoy, más que nunca, porque es de alguna manera el bastión de una resistencia ante lo incongruente que puede ser el camino del país.

Pero Guayaquil es una construcción que no nos queda muy clara y quizás por eso me he negado a gritar “¡Viva Guayaquil!”. Porque en el fondo siempre hay algo que no logro entender del todo. Es mi ciudad, nací en ella, pero no viví ahí mi infancia inmediata. Recién llegué a tener conciencia de ella a los 10 años, cuando llegué a vivir luego de un cambio de trabajo de mi padre. Hasta entonces Guayaquil era un sitio al que se llegaba con cuatro horas de viaje en carro, en el que vivían mis abuelos, tíos y primos, nada más. La única construcción posible para mí era la familia, pero uno crece (gracias a Dios) y las cosas adquieren una dimensión más interesante. Recién en mi época universitaria intenté relacionarme de manera más directa con la ciudad. Guayaquil era un espacio que no entendía del todo (todavía me pasa eso), porque desde adentro todo existe de una manera que no permite una observación clara. La distancia es siempre necesaria. Y si bien sigo creyendo que la administración que tiene la ciudad desde hace años maneja un concepto de ciudad que no creo que sea del todo integrador, sospecho que lo ha manejado de buena manera que ha creado una nueva mirada alrededor de la Guayaquil, por parte de los guayaquileños. La gente de otras partes, en particular de Quito (donde resido ahora) tiende a olvidar lo que era Guayaquil antes. El primer recuerdo imborrable que tengo de la ciudad fue de una visita que hice de niño: vi cómo una señora botaba desde el quinto piso de un edificio en la calle Boyacá una funda de basura. La vi destrozarse sobre el pavimento, junto a otras fundas destruida. Guayaquil no le importaba a nadie, ni siquiera desde un punto de vista salubre.

Hoy creo que pasa lo contrario. Quizás la ciudad importe demasiado y ese es el problema que percibo. Guayaquil hoy es una construcción ficticia en la mente de mucha gente, y en este momento político que vivimos esa construcción adquiere un poderoso sentido. Una ficción basada en elementos con cierto peso real, desde luego. Esa misma construcción que los ideólogos universitarios (sociólogos vagos, diría León Febres Cordero, en el único comentario que dio que yo puedo afirmar como certero), propios de la revolución bolivariana de esta parte del planeta, intentan con los supuestos restos de Manuela Sáenz y con la exhumación de los huesos de Bolívar. Lo que importa es generar una imagen, porque esas imágenes permiten gobernar con mayor facilidad: ya sea una presencia fantasmal sobre todos nosotros, o esa idea de que la ciudad es ahora lo que siempre debió ser y que está en todos sus habitantes mantener esa imagen. Siempre hay un temor detrás de todas estas construcciones.

Hoy Guayaquil para mí es el modelo preciso de cómo un proceso de cambio urbano ha causado un apego impresionante a lo que sucede ahí, desdibujando terriblemente la delgada línea que separa a las autoridades de los santos del cielo, confundiendo lo que significa vivir en ese sitio. Lo que antes era ausencia de conciencia colectiva en Guayaquil, ahora es una sobresocialización que nos lleva a decir “¡Viva Guayaquil, Carajo!”, de la misma manera que se dice: “Si es con Guayaquil es conmigo”. No debemos olvidar la importancia económica de la ciudad, desde luego.

imagen tomada de diariocorreo.com.ec

Hay algo de cierto en todo esto, sin duda. Hoy desde Quito asumo que lo que Guayaquil ofrece en el panorama actual político es una conciencia sobre la libertad que muy pocas ciudades pueden ofrecer, con todas sus ventajas y desventajas. Y entiendo que mucha gente lo celebra este día. Yo prefiero mantenerme de lado, viéndolo con cierta duda porque sospecho que estas construcciones, que si bien ayudan a comprender al mundo y son útiles, también son falsas y pretenden controlar de manera directa lo incontrolable. Es una bomba de tiempo, en definitiva.

Guayaquil cumple 475 años de fundación española. Muchos años, sin duda. Lo de ahora es un compendio de todo lo que ha pasado y lo que sigue pasando. Guayaquil es una ciudad que no comprendo, que probablemente nadie comprende (puede ser un sitio, una esquina, una canción de Manu Chau o de Héctor Napolitano, un alcalde, un equipo de fútbol… todo a la vez), pero que muchos sienten como propia, con el deseo de hacer expansiva esa sensación de propiedad a otros guayaquileños. Hoy estamos obligados a sentirnos orgullosos por la ciudad. Y me pregunto: ¿Por qué? Guayaquil es la ciudad que abraza al migrante interno. Es la ciudad de la supuesta violencia (siento que la inseguridad es mayor en Quito, por cierto). Es muchas cosas y en medio de eso se ha conseguido crear una idea en su conjunto que ni todo el marketing gubernamental podrá conseguir sobre su proceso político que lleva casi 4 años, dando tumbos.

Por eso prefiero no decir nada hoy, porque la imagen de la ciudad tiene un componente actual y político que prefiero obviar.

Celebro a la gente, la que sale todos los días de sus casas para hacer caminar al mundo; la que no sabe mucho, pero se siente parte de algo que si bien no es del todo cierto, te permite empezar desde algún sitio.

imagen tomada de hoy.com.ec/

¡Los guayaquileños viven!, nada más puedo decir…

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