Otra de catástrofes

imagen tomada de shockya.com

Cine efectista. Las cosas pasan por una tragedia inevitable y lo que queda es rogar que alguien nos salve. En el medio está la destrucción, ciudades enteras que se van al carajo por obra y gracias de las imágenes generadas por computadora, con gente diminuta que muere de un momento gracias al golpe de una ola o de una explosión, y con alguien que corre mientras el mundo detrás de él se está desmoronando.

Al menos no te engañan, no del todo. Se trata de ver lo que has pagado y en eso Roland Emmerich tiene un plus que lo convierte en una especie de maestro en este tipo de filmes: gente va a morir, millones, un personaje lucha por sobrevivir y lo consigue, otro lo hace y no puede, un político se vuelve el villano y se reivindica y al final lo que queda de humanidad recupera el sendero. Pero un maestro no necesariamente debe ser sinónimo de enseñanza o aprendizaje.

Roland Emmerich no es Michael Bay. Y eso no debe verse como un cumplido, al final de cuentas se trata de definir que hay uno que es peor que el otro, siendo los dos malos. En un punto del filme, cuando ya sabemos que las comunicaciones terrestres no existen, un personaje recibe una llamada de la India, a punto de hundirse por una ola de 1500 metros. Sí, nosotros debemos ser los pelotudos que no nos vamos a dar cuenta de eso.

En «2012» la tragedia tiene sabor maya. La profecía del fin del mundo es convertida en excusa para un cambio en la corteza terrestre, en el eje y en la masa de la tierra: catástrofe. John Cusack (siempre es una buena razón verlo a él en pantalla; sin duda un gran actor), la bella Thandie Newton, Danny Glover, Oliver Platt se meten en este juego de millones de dólares en realización y marketing, en el que lastimosamente hay mucho sufrimiento (como obra y su resultado final) y momentos de pura tensión que justifican, en cierta forma, la experiencia del filme… pero eso es todo.

Emmerich se ha convertido en creador de escenas que tenemos incrustadas en el cerebro, como esa noventera destrucción de la Casa Blanca, en «Independence Day»… Pero luego de la sorpresa inicial, y de la burla para el espectador (resolviendo las cosas de la manera más descabellada posible, como por ejemplo un Presidente de Estados Unidos piloteando un avión de guerra), Emmerich busca la repetición, sin el gusto. Los errores son tan catastróficos como la tierra arrastrando vida a su paso. Siempre, pero siempre, hay un personaje que vemos en casi todo el filme que va a morir; las familias se van a separar, y alguien trata de recuperar el poco de humanidad de la raza. Sin embargo y tal como lo hiciera con humor en «El día después de mañana» (cuando México le permite la entrada de los estadounidenses a su territorio luego de que el país del norte les perdonara la deuda externa), hay algo de esperanza que surge de la nada. El cierre del filme le da un toque de humor, si bien uno puede poner en duda la intención detrás de esto: un cambio en las estructuras sociales  y un globo terráqueo transformado hasta el extremo. La gracia se hace presente en una escena en la que una parte representativa de Washington es destrozada por una alusión a JFK. 

Pero pare de contar. Salvo por la secuencia de la destrucción de San Francisco y otras partes de California, el filme fracasa en todos sus intentos por hablar de la destrucción, sobre todo porque cae en la moraleja más burda, algo que probablemente muchos quieren ahora, pero ¿no sería fabuloso hacerlo bien? No importa el dinero, ni la destrucción, quizás tener un guión más fuerte podría ser la salvación y así hacer de películas de este género algo más que un compendio de efectos y casas que se destruyen. Pero me da la impresión que para Emmerich eso es complicado.

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