¿El final de la novela?

Es un asunto de preguntarse dónde están los sentidos. No es la primera vez, desde luego, que intento una reflexión sobre el final de la novela, su inutilidad en estos tiempos en los que la imagen vale más que mil palabras, y sobre todo cuando la imagen es un cúmulo de gratuidades. Me aterra pensar que las cosas se ven bien o mal, y dentro de esa línea de argumentos no existe ninguna otra consideración. Esta es la época en la que los audiovisuales mandan y, por encima, lo que vemos.

Máxima de esta época: bájale el volumen, la imagen debe decirte algo.

Pero la lectura es también un asunto de imagen. El lenguaje nunca ha dejado de ser imagen.

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Miss K lee a Milan Kundera con pasión; quizás con la misma que lee a Kafka. Hace poco se compró un libro de Kundera en el que él escribe mucho sobre Kafka. En “El arte de la novela” no sólo existe una conciencia sobre lo que hizo el autor de “La metamorfosis” (“¡No la maldición de la soledad, sino la soledad violada, ésta es la obsesión de Kafka!”), sino también una firme reflexión sobre la novela y su fin. Objetivo y The end en el mismo término. Y si bien no es la mejor posibilidad conceptual que se pueda tener en este momento (porque es evidente que Kundera habla de un tiempo actual que incluso hoy ya es pasado), al menos un pedazo de su mirada me permite pensar en ese pequeño detalle que yo sostengo: la novela nunca va a morir… por más que los números digan lo contrario, por más que las editoriales quiebren, por más que los mercaderes de las letras asalten con guante blanco a autores desesperados por ser publicados, por más que la precisión intelectual llegue a asumir que lo que sucede hoy no es más que la evidencia de que los tiempos actuales no pueden ofrecer nada más.

Me niego a creer eso.

La reflexión de Kundera es importante (no sólo por ser él, que bueno, para muchos eso puede ser motivo de duda), sino porque es un creador hablando de su instrumento de trabajo, pensando y afirmando algo sobre lo que él dedica mucho tiempo. Eso ya es razón para leer atentamente lo que tiene por decir. Y Kundera entra por la puerta más angosta: la novela ya está muerta. Lo está porque su historia se ha detenido, no participa en la “sucesión de descubrimientos” que tienen que ver con el ser. En concreto: “El mundo basado en una única Verdad y el mundo ambiguo y relativo de la novela están modelados con una materia totalmente distinta. La Verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interrogación, y nunca puede conciliarse con lo que yo llamaría el espíritu de la novela”. Esa única verdad sería el motor de esta época, donde la supuesta apertura mental no hace nada más que esconder un proceso de homogenización, que no es más que el régimen de lo absoluto. Kundera no da respuesta, sólo una afirmación con un pequeño esbozo de esperanza: “si la novela debe realmente desaparecer, no es porque esté completamente agotada, sino porque se encuentra en un mundo que ya no es el suyo”.

La novela es la materialización de la física cuántica en el lenguaje. Mucho antes de esa comprensión de la ciencia y la mente. Esa sucesión de descubrimientos no es más que el camino de las múltiples posibilidades. Un camino que, desde luego, se ha interrumpido en los últimos 40 años. Todo lo que importa es lo de adentro, no los grandes procesos. Y lo de adentro es una realidad inmutable para muchos: estamos condenados a sentir el mismo dolor y el mismo amor, en manada. Pero es justo en ese camino, en esta ausencia de descubrimientos, que aparece esa discreta esperanza. La novela no está agotada, pues el mismo hecho de estar inmersa en ese mundo que ha buscado reducir su conciencia del ser, en pos de una idea de unidad que se mece al vaivén democrático de la ilusión, la convierte en un instrumento necesario, útil. La conciencia de la inutilidad del arte, y por ende de la novela, ha convertido a su existencia en un hecho accesorio.

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El espíritu de la novela se encuentra en la continuidad, en ese diálogo con el ser para hablar del ser. Del individuo como una posibilidad en medio de lo homogéneo. Ese diálogo, ese puente, es el germen de las grandes obras. Esa es la puerta hacia el futuro (y no hablo de vanguardias), sino de la certeza de que en algún punto algo va a funcionar, en presente, con relación a la novela. Toda perspectiva sobre el ser humano mira hacia delante, no con la expectativa de creer que la obra será leída con propiedad por la gente del mañana, sino con la perspectiva de entender que lo de ahora, que el tiempo lineal, te permite establecer esos espacios para que la novela triunfe.

Es un asunto, en definitiva, de responsabilidad, porque la novela como objeto va a seguir existiendo. Pero como obra es lo que vale la pena pensar, ya sea como lectores o como gente que trata de escribir algo de valor.

Nada se muere, todo se transforma.

3 comentarios en “¿El final de la novela?

  1. Me parece muy interesante tu conexión entre Verdad totalitaria – única verdad como motor de la época – supuesta apertura mental – homogenización – régimen de lo absoluto. Si los «abiertos de mente» son los que instauran una dictadura hacedora de manadas, ¿podría tener sentido hablar de una «dictadura del relativismo»?

    Un saludo.

    1. Desde luego que tiene sentido, Andrés… pero no por ‘culpa’ del relativismo, sino por esa escasa o nula comprensión que existe sobre los fenómenos de la física. Sostener que por el relativismo ahora todo importa («Everything matters», recordé SFW) es aceptar otra tiranía, cuando lo único que el relativismo consigna es que la distancia más corta entre dos puntos son varias líneas, no sólo una.

      Por eso reniego de todas estas críticas sobre la posmodernidad o lo que sea, porque al final es también una incomprensión del tiempo actual, en pos de una idea de retaguardia…

      Pero varias

      1. OYE EDUARDO ME DA CURIOSIDAD SOBRE LO QUE PIENSAS DEL TIEMPO ACTUAL ¿CUAL ES TU COMPRENSION DEL TIEMPO ACTUAL?

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