Soriano y el reconocimiento de la vida del escritor

imagen tomada de fotolog.com

Me encanta decir que hoy ganó la literatura. Iba a escribir una respuesta a la contestación que me hizo Fernando Alvarado, Secretario de Comunicación del Gobierno a un comentario que incluí en el blog de Bonil. Pero los libros son más fuertes y esa perspectiva me encanta. Sobre todo si se trata de Osvaldo Soriano, en medio de esa especie de homenaje que le hace Adn Cultura y que me deja pensando en la distancia y cercanía entre la imagen del hombre y el escritor.
¿Se es dos cosas distintas? ¿Se puede percibir las cosas desde dos vertientes? Necesitamos siempre conocer desde esa perspectiva: lo humano como sustento de la obra.
Quizás lo que me queda es la revisión de algunos párrafos de esas notas que he leído por internet. Fragmentos que me hacen pensar en cómo la historia personal termina siendo importante para crear la figura del escritor. Osvaldo Soriano funciona como autor por una de esas obras magistrales, de la que se ha hablado mucho y se ha precisado demasiadas cosas, a favor y en contra, pero en realidad es una novela que no sólo transforma, sino que permite hacer de la ficción el espacio compartido, un universo en bis, en coro. «Triste, solitario y final» es una maravilla por dónde se la vea. Y escribir algo así es suficiente para un autor.
Pero más allá de lo escrito por Soriano queda la perspectiva que liga vida con obra. En la nota «Ni penas ni olvido» de Héctor M. Guyot se dejan por sentada las precisiones de alguien que debía enfrentarse más que nada a la lectura de otros: «En medio de ese éxito, la crítica académica lo ignoraba. Y esa indiferencia le dolía, cuenta Catherine Brucher. Aunque, aclara, no le quitaba el sueño. José Pablo Feinmann ha dicho que Soriano emergió en el momento equivocado y acabó siendo víctima de un esquema cultural marcado por la influencia de Derrida y los deconstruccionistas: «Ese señor que narra es postergado en nombre de los escritores exquisitos que le dan primacía al lenguaje, como Piglia, Saer y posteriormente Aira».

¿Es lo masivo, lo popular, enemigo de lo bueno? ¿Hay que optar entre unos y otros? «Se puede y se debe leer tanto a Saer como a Soriano -dice Tomás Eloy Martínez-. Saer trabaja con una gran conciencia del lenguaje y en un registro donde la poesía y aun la música son esenciales. En Soriano hay otros valores, como la construcción de la intriga y la creación de dos o tres personajes capaces de representar por sí mismos una metáfora de su época o ser símbolos alusivos a los delirios de un determinado momento histórico.» No es necesario, entonces, elegir entre Soriano y Saer. «Eso sería igual que tomar partido entre Borges y Arlt -afirma el escritor Juan Martini-. Yo soy un lector constante de Borges, pero no por eso he dejado de leer a Arlt. Soriano, como Arlt, es una mancha en la tradición glamorosa de una literatura que soñó durante mucho tiempo con una carta de ciudadanía que nunca tuvo.» La comparación no es ociosa: a Soriano le han reprochado las mismas cosas que en su momento le endilgaron al autor de Los siete locos : que su escritura era obvia, que banalizaba la realidad y que apelaba a dudosos golpes de efecto. «La obra de Arlt debió esperar más de veinte años, desde la muerte del autor, hasta que un puñado de intelectuales la enarboló para oponerla a la obra de Borges», recuerda Martini, por las dudas. El campo de la literatura en algo se parece al del fútbol: siempre hay un River y un Boca. Alberto Díaz rescata a Soriano del lugar de víctima: «Cada autor aspira a ser leído de una determinada manera, y creo que ese rechazo de la academia en parte fue buscado por el propio Soriano -arriesga-. Yo creo que se construyó una imagen pública por fuera de los pequeños cenáculos que lo ignoraban». La indiferencia puede ser letal, pero Soriano recibió también críticas por demás virulentas, como aquella que Charlie Feiling publicó en la revista Babel tras la aparición de Una sombra… Allí, el autor de El agua electrizada afirmaba que la novela «le hace a la literatura argentina lo mismo que el Excelentísimo Sr. Presidente [por entonces Carlos Menem] al país». Calificó el libro de populista, deploró su escritura y lo encontró plagado de estereotipos y lugares comunes. «A Soriano no le gustaban las críticas y tomó medidas injustas contra gente que lo cuestionó. Eso no le quita mérito; era un hombre complejo, de la misma manera que era un tipo terriblemente querible, de una enorme simpatía y con una enorme capacidad para contar anécdotas», dice Liliana Heker en Osvaldo Soriano. Un retrato , libro en el que Eduardo Montes-Bradley reunió testimonios acerca de la vida y la obra del escritor«.

Leo y no sé hasta qué punto necesitaba eso para la obra de Soriano. El detalle está en la insospechada relación que nos da la vida con el resultado de la escritura. ¿Por qué se produce aquello? Las letras son extensiones, que en definitiva se deben mover por su cuenta, tener su vida propia, pero la ficción también es una manifestación de la realidad del autor. La ficción se convierte en la certeza de vida, en la perfecta relación entre lenguaje e imaginación que un autor establecer con la realidad. No se pueden disolver ese contacto. Por eso nos interesa lo que hay más allá de las letras.
Pero también hoy buscamos que la realidad se convierta en algo más vivible y por eso cualquier acto de ficción debe encontrar una referencia, extensión o explicación en el mundo real. Y esa debe ser la razón por la que la realidad está sobrevalorada, porque algo tiene que existir que justifique tanta resistencia.
Y es justamente de resistencia de lo que estas notas sobre Soriano nos hablan. De esa constancia para escribir, para soportar, para enfrentarse, para errar, caerse, levantarse, para morirse. Así la ficción se vuelve más que un espejo: en explicación y referencia de una vida, de un escritor que me ha hecho reconocer que la literatura es un acto cercano e imaginativo, que la escritura es también una actividad dinámica y expansiva.

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