¡Top 40!

Hoy es un día extrañamente lleno de celebraciones. Independencia de Guayaquil, 187 años de vida por su propio lado (viajando de Quito a Guayaquil periódicamente me doy cuenta que no hay mucha distancia en eso, Guayaquil sigue viviendo por su propio lado). Lennon cumpliría hoy 67 años, de no ser porque alguien le dio cinco balazos a la puerta de su casa. Y Ernesto Guevara cumple 40 años de haber sido asesinado.

Imagino que esto mucho va a significar festejos para muchos; en espacial aquí en Quito, donde ciertamente el fanatismo de izquierda está implantado, quizás como ninguna otra ciudad del país. Y bueno, está bien esa celebración, el Che sin duda fue un tipo excepcional, en toda la extensión de la palabra: ya sea para luchar por aquellos que fueron doblegados por la desigualdad social o para asesinar y mandar a asesinar a aquellos que no formaban parte de su plan, pues hay que ser una excepción de ser humano. El Che Guevara lo era.

Y dentro de esa actitud de celebración es necesario pensar en la figura, en lo que es y en lo que fue. El Che es una marca, tal como la es Jesús o el logo de la Nike, y funciona tan bien que sirve para vender una fiesta, una postura política o para decorar una camiseta usada por el travestido Carlos Santana. Y eso es para reír en lugar de llorar. El rompimiento de la historia está al servicio de las inexactitudes y de los bajos deseos que no ven nada más allá de la ideología. Por lo general detractores y defensores del Che suelen estar completamente equivocados de lo que fue el tipo. En su momento debió ser como Gael García lo representa en la hermosa película de Walter Salles, ‘Diarios de motocicleta’, y cruzarse el río para estar con los leprosos (tal vez fue así siempre), pero en otras circunstancias fue capaz de negar su naturaleza humana y hasta el instinto al dejar a sus hijos y familia para ir a Bolivia, por un ideal superior.

A veces le tengo mucho miedo a aquellos que dicen servir a un ideal superior, más allá de cualquier cosa.

Pero lo cierto es que no importa desde qué postura lo contemples. Fue un tipo que intentó hacer algo y que no lo consiguió… pero tuvo la dignidad de morir por eso. Y ese coraje es algo que no se ve.

Es raro este 2007. Se han celebrado muchas cosas. Los 40 años de “Cien años de Soledad”, obra fundamental para el lector adolescente (sí, lo siento, es un oprobio a la obra de García Márquez), los 40 años de Les Luthiers, unos genios por donde se los vea, los 40 años del Sargeant Pepper’s, de The Beatles, un lujo de la música, sin duda… Y el que más me gusta, los 40 años de “The Piper at the gates of dawn”, primer álbum de Pink Floyd, con un Syd Barrett todavía entero, capaz de componer tantas buenas canciones que hoy, en plena celebración de la muerte de alguien que de seguro no alcanzó a escuchar ni un solo compás del disco, me dispongo a escuchar. “The black and green scarecrow, as everyone knows….”